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lunes, 31 de enero de 2011

Una alerta sobre la codicia de las grandes corporaciones.

Mundo Desechable

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Me siento engañado y traicionado. Yo la quise hasta la médula y confiaba en ella como si fuera una compañera fiel.  Nunca pensé que un día partiera para no volver. Esa tarde que supe de la traición estaba frente a una verdad: ella había sido programada para irse en un plazo predeterminado, apagando una de las luces que iluminaban mi vida.  Y hablando de luz, en un cuartel de bomberos de Livermore, California, una de ellas lleva encendida desde 1901, siendo rendidora y fiel.  Fue hecha a mano por gente honrada, usando filamento de carbono.  Los bomberos la descubrieron en 1972 y cuando cumplió sus primeros 100 años, le hicieron fiesta. Cualquiera puede verla en la Internet, a tiempo real, porque hay una cámara encendida constantemente para confirmar el ejemplo a la decencia empresarial.  En mi caso, la que perdí, se llevó dos bocetos de libros, 300 fotos familiares, el archivo contable y unas cartas de amor escritas para una novia imaginaria.
La traicionera que se apagó era mi computadora portátil. Hace parte de un plan llamado: obsolescencia programada, vida limitada para los artículos del hogar y la oficina, con el fin de aumentar las ventas y por consiguiente las ganancias de los fabricantes.  Este plan, “el motor invisible de la sociedad de consumo”, ha sido investigado en un documental coproducido por la Televisión Española.  Todo comenzó la navidad de 1924, en Ginebra, Suiza, cuando se creó en secreto el cartel mundial de la electricidad, llamado “Phoebus”, para controlar la producción de bombillas.  Hay pruebas que demuestran que industrias como Phillips de Holanda y Osram de Alemania, participaron en la conspiración, reduciendo la vida útil de los bulbos de 2.500 horas a solo mil.   El fabricante de la bujía que alumbra en la estación de bomberos de California, es la Shelby Electric Company de Ohio, industria que con certeza no participó en la trampa. 

Pero otros industriales han hecho lo mismo que el cartel de la bombilla.  DuPont, por ejemplo, creó en 1940 una fibra sintética resistente para las medias veladas de mujeres: el nylon.  Los dueños, al ver que podrían durar mucho tiempo, obligaron a los técnicos a bajar la calidad. 

Esas son las medias que hoy día se rompen fácilmente “con solo mirarlas”, como decía mi mamá.  Uno de los ejemplos más recientes es el de Apple.  Dos jóvenes hicieron una campaña pública al descubrir que la batería del popular IPod, estaba programada para una vida corta y no ser reemplazada por el fabricante, obligando a comprar otro IPod.  Lo mismo pasa con los refrigeradores, los teléfonos celulares y los carros.  Pero, no contentos con la obsolescencia planeada, en Estados Unidos, después de los años 50, se creó una sociedad de consumo sin límites, lavándole el cerebro a la clientela a través de la publicidad con el mensaje subliminal de comprar, desechar y comprar, aunque no se necesite.  Somos seducidos para llevar un estilo de vida despilfarrador.  La teoría es que si la gente no compra la economía no crece.  Diseñadores e ingenieros trabajan para esa industria codiciosa, obligados a inventar productos que fallen, como mi computadora portátil que me dejó viendo un chispero.

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